Situación cercana desde que aterrizamos en el mundo caótico que es hasta hoy y logramos desarrollarnos como seres vivos estables en el aquí.
El miedo nos paraliza al pensar en ella, no es la más dulce, sino que tan sólo es ella, es una especie de cáncer que se internaliza en nosotros justo una noche gélida de lluvia y soledad abundante que no deseamos nos moje.
El mundo sigue la marcha frenética que acostumbra, pero para nosotros esa práctica rutinaria y alienante se detiene, como lo hace también el tiempo que tan solo regresa con el correr tenue de los días.
Todos logramos percibir tamaño grotesco y paralizante episodio en el transcurso de nuestras vidas, pero nadie imagina con precisa exactitud cuando le cederán afanosamente el turno, ése que jamás ni por amabilidad fue cedido en la fila para hacer un trámite, pero si para sentir el manto mortal que nos alejará de todo lo conocido y para siempre.
Nuestra existencia habrá sido un pasado bien vivido que no conocerá el futuro post inexistencia nuestra, aquella historia sólo será sabida y recordada por quienes nos exiliaron la remota posibilidad de no ser mas.
Por ahora nos queda tener presente de cuando en vez que la escarcha mortuoria esperará latente por nosotros a poder rosarnos con sus ásperas caricias fúnebres, atando a sus garras aquella vida que nos vio crecer, pero que se quedará con el recuerdo de los momentos vividos.
Para que asustarse, si no es un secreto que la vida tiene adherido un ciclo que todo ser viviente debe desarrollar, una especie de rueda versátil que a sabiendas de sus altos y bajos decidimos montar, pero no sabemos cuando aquella rueda maravillosa y a la vez cruel comenzará a frenar.
